La Jornada (diario mexicano),  VIERNES 6 JULIO 2001

La novela Q está orientada a iluminar una realidad que ya existe, dice a La Jornada

El arte nunca ha sido una creación individual, expresa Guglielmi
El autor italiano firmó, con 3 colegas, esa obra monumental con el
seudónimo de Luther Blisset
 ''Contamos historias de luchas sociales para ayudar a construir un
imaginario, una mitología''

LUIS HERNANDEZ NAVARRO ENVIADO
 

Bolonia. En 1999 se publicó en Italia Q. Toto, Peppino e la guerra psichica 2.0. bajo la firma de Luther Blisset. La novela se convirtió rápidamente en un éxito y en la lectura obligada de una generación de jóvenes que son
activos participantes en la lucha contra la globalización.
El libro narra las guerras campesinas en la Alemania del siglo XVI, dirigidas por Thomas Münzer, a través de la mirada de un estudiante de teología sobreviviente de las persecuciones religiosas y de Q, un agente secreto al servicio del cardenal y futuro Papa, Pablo IV.
Pero el autor, Luther Blissett, no existe o, más bien, hay muchos Luther Blisset. Originalmente jugador de futbol con el Milán (uno de los peores en la historia del club, a decir de varios hinchas), el nombre ha sido utilizado como seudónimo por muchos escritores. En el caso de Q fue el nombre de guerra de cuatro jóvenes (entre 26 y 35 años) narradores de Bolonia: Federico Guglielmi, Luca Di Meo, Giovanni Cattabriga y Fabrizio P.
Balleti [sic].

Marlowe, mentor de Shakespeare

Q ha sido traducida al español, francés, holandés, griego, danés y alemán. En sus libros posteriores los autores cambiaron su nombre de batalla por el de Wu-Ming, que en chino significa ''Sin nombre''.
La Jornada conversó en Bolonia con Federico Guglielmi sobre novela histórica y creación colectiva. A continuación el texto de la entrevista.

-¿Por qué escribir una novela colectivamente en una época en la que se identifica al arte con la creación de autores individuales?

-Por eso, porque mis socios y yo creemos que en la historia el arte nunca ha sido una creación individual. Creemos que nunca lo es, en el sentido de que el Autor (con a mayúscula) es fundamentalmente un mito; un mito muy presente. Un mito burgués, romántico e idealista. En la historia que precede a la época contemporánea, los autores siempre fueron autores colectivos. Así fue con algunas de las columnas que sostienen la cultura occidental. Ese es el caso de Homero, de Shakespeare, el folletín francés
del siglo XIX. Si analizamos esas formas artísticas podemos concluir que se trata de obras colectivas.
La Ilíada, la Odisea, los poemas épicos, no hay mucho que decir. Está claro que son obras colectivas. Son narraciones de todo un mundo. Se sabe que Homero, muy probablemente, fue un autor colectivo, una firma de varios escritores.
Sabemos que Shakespeare, el teatro isabelino, a pesar de su mito, trabajaba junto a muchos colegas. Que entre todos ellos había un intercambio de ideas, de personajes y de historias. Por ejemplo, con Christopher Marlowe. Competían, pero lo hacían creativamente. Cuando Marlowe murió Shakespeare escribió su epitafio. Lo reconoció como un maestro y un gran colega.
El folletín francés, la madre de la novela contemporánea, salía en los periódicos en capítulos. Sabemos que los autores recibían cartas de los lectores que les decían si les gustaban o no los personajes y les pedían
que los mataran o los encumbraran. Pedían que los protagonistas se casaran. Escritores como Victor Hugo, Alejandro Dumas, Arthur Conan Doyle recibían estos consejos y, en muchos casos, los utilizaban.
Estos ejemplos muestran que el autor no es un gran sabio que vive sobre una montaña, sino una persona mortal, que vive en una realidad colectiva y es como una esponja. Absorbe ideas, palabras, historias. Su cerebro las relabora. Es un punto de síntesis de una red mucho más grande.
Yo y mis socios de Wu-ming hemos iluminado una forma de trabajo que no es una novedad. No somos los únicos en el mundo trabajando de esta manera. Tenemos particularidades, nuestra propia manera de trabajar, pero sabemos que autores famosos y grandes tienen profesionales que trabajan junto a ellos: los editores. El editor, el corrector, el que sigue la producción de sus libros y, también, por qué no, los que se llaman negros, participan en la elaboración de la obra. Para nosotros se trata de iluminar una realidad que ya existe.

Búsqueda de historias útiles

-¿Qué método siguen ustedes para trabajar? ¿Cómo elaboran una obra
colectiva? ¿Cómo mantienen la unidad semántica y de estilo?

-Primero, necesitas ser parte de una comunidad con tus socios. Requieres tener confianza, conocerse bien y saber cómo está cada quien hecho.
Segundo, trabajar para encontrar historias interesantes. Si quieres hablar de lo mismo, si quieres narrar, contar historias, lo primero que hace falta es encontrar las historias. Nosotros buscamos las historias en cualquier lugar: en las bibliotecas, en las novelas, en los ensayos. Luego elegimos cuál narrar. Esa es nuestra materia prima.
En tercer lugar necesitas un guión en el que esté toda la historia a contar, desde el principio hasta el final. Engordamos ese guión hasta que está muy particularizado, muy profundizado.
Después empezamos a escribir. Para mantener el estilo es muy importante la confianza entre nosotros. No tenemos la obsesión de la buena página, sino la obsesión de escribir una página que funcione, que dé el efecto
justo. No importa si es una página de grandísima literatura sino que es una página que te hace reflexionar, te gusta, gana tu atención y tu corazón.

-Ustedes se han concentrado en escribir novelas históricas, ¿por qué? ¿De dónde viene esta ansia de historia?

-Creemos que la Historia (con H mayúscula) es una gran reserva de historias (con h minúscula). Puedes buscar y encontrar muchísimas historias interesantes si vas leyendo libros y ensayos, si escuchas historias orales.
¿Por qué el ansia por la historia? Nosotros no somos historiadores, no escribimos novelas históricas para contar la verdad que falta. Eso es trabajo de los historiadores y nosotros somos novelistas. Lo que podemos
hacer es buscar en la Historia historias útiles para la narración del presente. Por eso buscamos y contamos historias de luchas sociales y políticas que pueden ayudar a construir un imaginario, una mitología para
el presente. Una mitología que puede servir para hoy, adaptándola, cambiándola.

La novela de género no pasará de moda

-¿Qué sucede en la sociedad italiana que permite el éxito de sus novelas? ¿Por qué existe hoy necesidad de leer novela histórica?

Después de diez o quince años de imperio minimalista.

¿Qué significa imperio minimalista?

Significa que desde el comienzo de los años ochenta hasta la mitad de los noventa triunfó en la literatura europea, aunque también de otros países, una visión minimalista y autobiográfica del relato. Después de la derrota política de los movimientos sociales de los años sesenta y setenta los autores -y la sociedad- se arrinconaron y empezaron a contar sobre sí mismos, de sus pasiones, sus vidas (sin duda interesantes). Varios
escritores teorizaron este vuelco sobre sí mismos y la vida cotidiana sin una visión más amplia. Esta moda, esta visión, acabó. La gente terminó aburriéndose.
Es que queremos que nos cuenten buenas historias y que nos las cuenten bien. Creo que el fin de la literatura es narrar, y narrar significa contar bien cosas interesantes. Por eso la novela de género -sea policiaca o
histórica o de ciencia ficción- no puede pasar de moda. Por eso después de quince años de imperio minimalista era inevitable tener una resurrección, una insurgencia histórica.
Hay varios niveles. No todas las novelas históricas son iguales. Hay una moda de novela histórica más simple, más superficial, como las novelas Alejandro o Ramsés. Son novelas muy simples, muy comerciales, que en el
título portan su poética: el gran personaje histórico hace la historia. Los protagonistas de estas novelas son siempre los grandes personajes.
Después hay un subgénero, otro filón de novela histórica. Incluye novelas como Espartaco, de Howard Fast, o Una estrella llamada Henry o, la nuestra, Q. Son novelas que eligen como protagonistas a personajes secundarios, entre otros, que representan la multitud que hace la historia. Esta corriente es la que más nos interesa, más nos gusta. Allí está el sentido de la historia; allí se encuentra la sangre y el sudor con los que se
hace.