En el corazón de la guerra global permanente
Documento de los Desobedientes que participan en la misión "Action for Peace", 31 de marzo 2002.


Los pensamientos se suceden con tristeza, trufados de plomo y manchados por la sangre que llueve sobre esta tierra. Si decidiéramos detenerlos, para que madurasen en medio del fuego, con Arafat asediado en Ramallah y los M16 del ejército israelí vomitando balas y muerte en todos sitios, cometeríamos un error imperdonable. Nos mentiríamos a nosotros mismos.
Es preciso sondear las impresiones nacidas en el silencio de nuestra impotencia. Darles voz. Porque, paradójicamente, observamos el mundo desde un punto de vista privilegiado. Desde el corazón de la guerra global permanente. Ya no se trata de crisis en el Oriente Próximo. Ni de agravamiento o endurecimiento de la situación. Aquí, como en otros territorios el Imperio, hay una guerra permanente, sin fin. Ya no habrá nunca más una guerra del Golfo o de Kosovo, nunca más habrá una guerra entre Estados, una guerra que comienza y acaba. No entrevemos ninguna post-guerra en la que gozar de la paz.  Habíamos venido a hablar de paz. Y se nos han acabado las palabras. No podemos hacernos portavoces de una moral y de una retórica de ultramar que encuentra un eco hipócrita en las palabras del presidente Bush o de los países árabes que piden la paz. Son los vasallos de un Imperio que inscribe la guerra en su propia constitución material y que está dispuesto a defender a sus élites a cualquier precio. Sobre todo si se dispone a intercambiar la masacre del pueblo palestino por la aprobación de una guerra en Irak. No podemos explicar de otro modo el inmovilismo y la inacción de los "Estados soberanos" que se dieron tanta prisa por intervenir de común acuerdo en la época de las "intervenciones de policía" en Kuwait o en la "guerra humanitaria" en Kosovo.
No hay más que guerra entre las calles de Ramallah, en los campos de refugiados de Belén, en los puestos de control de carretera en Ram o Kalandia y en mil otros lugares. No se trata sólo del conflicto árabe-israelí, sino de la guerra global, con diversas intensidades y diversas modalidades en el tiempo y en el espacio, pero la misma guerra.  La misma que se libra en los países del área andina, devastada por el Plan Colombia, la misma en las plantaciones de soja en Karnakata, la misma en Argentina, acompañada por el rumor de cucharas sobre cacerolas, la misma guerra librada en las calles de Génova. Y la guerra en Irak en el año del señor 2002. Vivimos en la incertidumbre, la impotencia.  Habíamos partido con nuestras sabias y razonables categorías bien guardadas en los bolsillos de nuestras mochilas y ahora las reconocemos como herramientas inutilizables. Ya no hay espacio alguno para una "Acción por la Paz". Es necesaria una "Acción contra la Guerra Global".
Si el concepto de guerra ya no es el mismo, el concepto de paz tampoco. La paz no puede ser la suspensión de las hostilidades entre Estados. Los Estados son las mentiras del Imperio, como lo confirma la culpable inacción de la ONU que sin embargo reconoce la autoridad nacional palestina humillada y amenazada, en estas horas, por las milicias del gobierno Sharon. Incluso la suspensión de las hostilidades será mentira mientras que no hayan sido reconstruidas las redes globales de resistencia, de desobediencia y de deserción capaces de detener la guerra prefigurando así nuevas perspectivas de vida y de liberación. Habíamos venido a interponernos con nuestros cuerpos y hemos conocido cuerpos de quince, dieciséis y diecisiete años lanzados como bombas humanas contra otros cuerpos. Habíamos venido a hablar con la sociedad civil israelí y nos hemos encontrado colonos que llevan a su espalda la misma metralleta que la policía nacional, que el ejército. Hablamos de paz y comenzamos a contemplar con horror la eventualidad de una paz armada, la posibilidad de una congelación de la arbitrariedad y de innumerables violaciones de la dignidad que el pueblo palestino está obligado a sufrir hoy. Atravesando los territorios ocupados y escuchando las palabras de los mensajeros imperiales, de América y de Europa, nos hemos convencido cada vez más de que había que tomar partido. Combatir. Incluso si eso, para nosotros, aquí y ahora, sólo puede significar desafiar una salva de balazos en las calles de Ramallah para llevar alimentos y medicamentos a Yasser Arafat o donar sangre para uso exclusivo de los hombres, las mujeres y los niños que arriesgan su vida en los hospitales palestinos. Pedir la paz es no pedir nada. Eso lo saben muy bien los reservistas israelíes que pagan en la cárcel sus propias deserciones. Lo saben bien esos palestinos que hemos conocido en Belén, dispuestos a defender sus hogares con el fusil a la espalda. Ahora lo sabemos nosotros también. Desde que hemos sabido que ochocientos de los mil niños palestinos han sido asesinados de un balazo en el frente, no tenemos ninguna duda.
Construir otro mundo quiere decir, antes de nada, con todas las fuerzas, combatir contra la guerra global permanente. Sabotearla. Desertar. Esta guerra es hoy, siempre y únicamente, guerra contra los civiles. Pero la oposición a la guerra no puede, no debe transformarse en guerra contra los civiles también, como es hoy el caso en Palestina con la locura desesperada de los kamikazes. Nunca. Debe transformarse, por el contrario, en conflicto por la democracia. Del laboratorio de dudas y lenguajes que ha sido para nosotros Palestina, nos traemos a casa esta pequeña gran certidumbre.
Hace un año, exactamente en este periodo, volvíamos de otro viaje: la marcha de la dignidad indígena del Subcomandante Marcos del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. En Chiapas, aprendimos que resistir a la guerra global, resistir al neoliberalismo, no significa permanecer inmóviles, empeñarse en defender lo existente. Quiere decir resistir y, al mismo tiempo, indicar otras vías y otras posibilidades de vida, de autogobierno, de democracia radical. Eso nos enseñaron las mujeres y los hombres que son del color de la tierra. Ayer era treinta de marzo, precisamente el día de la tierra. Pero aquí hemos conocido únicamente el enésimo día del fuego.


Traducción: universidad nómada