Cary sitting on the floor El concepto de Cary

Chris Petit cree que la ficción de Wu Ming es más real que la reconstrucción hecha por Marc Eliot sobre Cary Grant y Hollywood

The Observer
, 21 de Mayo 2005

Cary Grant por Marc Eliot (434 pág., Aurum, £18.99)
54 por Wu Ming (549 pág., Heinemann, £16.99)


Cary Grant fue el invento de un sarcástico inglés con el increíble nombre de Archie Leach. Leach fue el más refinado ejemplo de belleza que produjo Bristol, y como Grant se convirtió en uno de los inventos más importantes del siglo XX. Fue para Hollywood lo que Ralph Lauren fue para la industria del vestido, vendiendo una esmerada variedad hecha a medida de una vaga “inglesidad”. La novela 54 - en la cual aparece Grant - consigna su propósito sintéticamente: “El Hombre Nuevo, si existe tal, tendría que reflejarse en Cary Grant, el perfecto prototipo de Homo Atlanticus: civilizado pero no aburrido; moderado pero progresista; rico, por cierto, incluso muy rico, pero no desabrido ni tampoco flojo.”
La carrera de Grant fue un triunfo del ingenio sobre la falta de educación. Y quizás sólo porque fue tan inculto pudo sentirse libre para inventarse a sí mismo en una forma tan extravagante. Pero Grant y Leach no tenían una convivencia pacífica. La complicada vida privada de Grant yacía en la incapacidad de dejar atrás a Leach, y esa relación estuvo sujeta a constante revisión, depresión, ausencias y dobleces. En su biografía, Marc Eliot sostiene que Leach era fundamentalmente homosexual, y que resurgía en la vida de Grant en los momentos de crisis y desorientación: la voz de su patrón.
Gary Cooper, un mujeriego empedernido, dijo que Grant era ambiguo. Marlene Dietrich lo señaló con la F de fag [marica] después del rodaje de La venus rubia (1932). Y Mae West, en No soy ningún ángel (1933) le deparó indirectas: “Me gusta salir con hombres sofisticados”. “Yo no soy tan sofisticado”. “Tampoco has salido todavía”. Grant solía vestirse de mujer en las fiestas de disfraces y tenía una marcada preferencia por la ropa íntima femenina, la cual usaba por razones prácticas (más fáciles de lavar y secar, ahorrándose las facturas de lavandería en los hoteles). Eliot sostiene que el actor Randolph Scott era amante y conviviente de Grant, pero esta es una cuestión que resta sin probarse a pesar de sus esfuerzos, dada la ambigüedad cultivada por Grant.
Hollywood siempre fue considerada como una excusa de los sexópatas para darse el gusto (un sistema de esclavitud tolerada), pero esta no era la intención de Grant. Estaba fascinado por el aparato de los grandes estudios y estaba decidido a batirlo. Pasaba horas discutiendo con Scott sobre las formas de incrementar su talento creativo y como obtener más ganancias. La perspicacia de Grant lo llevó a convertirse en el primer independiente de éxito, el primero que obtuvo el 10% de los ingresos de taquilla. Detrás de la fachada mundana y expansiva escondía una gran tacañería, era conocido por sus bajas propinas y reacio a dar autógrafos.
Era poco más que un bonito maniquí con un pescuezo muy largo (consecuencia de sus años de acrobacia en teatro de variedades), que disimulaba con altos cuellos de camisa. Le tomó tiempo entender que él no era tanto un actor como un perfecto imitador. La elegancia y caballerosidad de La pícara puritana (1937) fueron copiadas del director de la película Leo McCarey. De este modo reinventó el concepto del protagonista sentimental hollywoodiano, tratando al sexo como una sutil alusión, a medio camino entre el romanticismo y la ironía, y muy lejos de lo que ofrecían esos “ásperos tipos rústicos” como Gary Cooper, Clark Gable y John Wayne. (Grant evitaba los caballos, los westerns y las vestimentas de antaño)
Pocos vieron lo que había detrás de Grant, pero Hitchcock fue la excepción. El ambicioso cockney supo reconocer al chico provinciano, y encontró en él un alma gemela en temperamento y astucia. Grant se convirtió en un sucedáneo de Hitchcock en sus fantasías, conquistando las inalcanzables mujeres de sus películas. En Sospecha (1941), Hitchcock remueve la pátina de Grant para mostrar su maldad. Algunos proyectos elegidos por Grant fueron mensajes en código para Leach, como Un corazón en peligro (1944) en el cual interpretaba a un cockney que se encontraba con su madre luego de muchos años de distancia. (“El amor no es para los pobres, hijo. No hay tiempo para ello.”)
La niñez miserable que había dejado atrás resurgió en 1932, cuando su padre borracho y bígamo, reapareció haciéndole saber que su madre – a quien creía muerta – estaba en un asilo; ella no entendería el concepto de “Cary”.
Grant lo supo mientras planeaba su primer casamiento. El inesperado matrimonio con Virginia Cherrill – un descarte de Chaplin y estrella de Luces de la Ciudad – nunca fue explicado adecuadamente por Eliot, y es extraño que haya sido un flechazo tal como lo describe: Grant, esperando con Scott y una estrellita para las fotos después del estreno de La venus rubia, sale del Brown Derby para fumar un cigarrillo, ve a Cherrill y se enamora.
El matrimonio se convirtió en una complicada variante de una comedia de enredos lo cual contribuyó a la fama de Grant, con Scott como vecino de los recién casados. Según Eliot, la relación con Scott continuó incluso después de sus respectivos matrimonios. Scott tuvo una esposa muy rica y complaciente, que raramente se mostraba por Hollywood.
Grant no tuvo matrimonios felices, por temperamento tendía al enamoramiento. El posterior Cary Grant liberado - resultado de una terapia en base a LSD – se da de bruces con el marido cruel y abusador que figura en las actas de divorcio. El matrimonio con Dyan Cannon - que le dio una hija - fue una farsa, y por mucho que Grant quisiera una familia, estaba mal preparado para afrontar sus complicados aspectos prácticos. Y por mucho que se jactase de su buen gusto, obtuvo su jubilación como ejecutivo de la Fabergé, productora de Brut, uno de los peores perfumes que jamás se inventaron.
54 - escrita por el colectivo de escritores conocidos previamente como Luther Blissett - toma su nombre por el año en el cual se desarrolla y es una extensa historia de la Italia de posguerra en el ápice de la Guerra Fría. Este divertido pasatiempo postmodernista (sobre drogas, la potencia barata de Hollywood, el arrivo de la televisión, el equilibrio de poder político y sus consecuencias en la gente común) se desarrolla hábilmente entre realidad y ficción. Trieste oscila penosamente entre Oriente y Occidente. En Nápoles, el deportado gángster norteamericano Lucky Luciano, arregla carreras de caballos y atiende a su negocio de droga global. Mientras tanto, Cary Grant gasta ociosamente su tiempo en Palm Springs, y es abordado por los servicios secretos británicos para emprender una misión secreta en Yugoslavia como parte de un incentivo para cortejar Tito, que está interesado en una película sobre sus proezas de guerra (un proyecto que finalmente se realizó con Ricardo Burton).
El que haya escrito los capítulos de Grant proporciona la mayor parte de la diversión y deleite. Esta es una gran comedia: un pobre imitador cubre a Grant en los EE.UU. mientras que la estrella está en misión; Grant viaja con el nombre del misterioso agente secreto en Con la muerte en los talones; y mientras está embarcado en su escapada a la James Bond, lee la recién publicada Casino Royale. No comprende el “librito” de Fleming, con “párrafo tras párrafo de inútiles detalles, retratando un estilo de vida que Cary consideraba burdo y chillón”.
54 explota las turbias tramas políticas aludidas por Eliot y por Hitchcock en Encadenados (1946). Grant había sorteado el servicio militar en tiempos de guerra primero en Inglaterra y luego en Norteamérica, y estaba casado con Barbara Hutton, que frecuentaba grupos pro-nazis. Eliot, como otros, sostiene que Grant tenía la protección de J. Edgar Hoover y a cambio de ella fue forzado a convertirse en uno de los espías “voluntarios” de Hoover, o como amablemente lo pone Tito en 54: "Ha servido a su país y a la causa anti-fascista en el importante sector del entretenimiento." Después de la debacle yugoslava, Grant va al sur de Francia para girar Atrapa a un ladrón con Grace Kelly. Aquí los diversos relatos convergen satisfactoriamente, con personajes que se convierten en extras mientras que el decadente Emperador de Indochina dilapida una fortuna cada noche y Vietnam entra en declive. 54 pinta a Grant mucho mejor que Eliot, con la libertad de la especulación creativa (sin referencia a la homosexualidad) y una elegancia de la que carece su biógrafo de poco vuelo.