El estilo como arte marcial

Notas sobre la dressing up option

Wu Ming 1


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En la pornografía japonesa, la prohibición de mostrar los genitales (por lo general cubiertos por el efecto mosaico) empuja a inventar siempre situaciones nuevas y sub-subgéneros, como el bukkake (el fetichismo del esperma). A través de la superación de obstáculos y cercos, se descubren nuevos caminos.

Por el contrario, el porno occidental gira en el vacío, casi nada consigue sorprender, las gang bangs son ya formaciones oceánicas de nerds con sólo los calcetines puestos, en fila como en un chequeo, pollas inseguras en lugar de las maletas.

TPO de Bolonia, velada autogestionada de colectivos de bachillerato. Mil personas, media de edad 17 años. Hallazgos estilísticos: (1) sudadera con capucha puesta y corbata con impecable nudo windsor; (2) chaqueta de corte perfecto, corbata y bermudas; (3) chaqueta, corbata y albornoz en lugar de abrigo. Dressing up option. Improvisaciones sobre la partitura de la "aceptabilidad", experimentos a partir de lo que los freaks -equivocadamente como siempre- consideran el uniforme burgués. Un sentido de la elegancia del todo ausente entre los universitarios que viven fuera de casa.

¿Por qué estos últimos son tan desaliñados y poco interesantes? Sencillo: demasiado contentos por no vivir ya en familia, se abandonan a la dejadez y al descuido. Dressing down option. A diferencia de los alumnos de instituto, no tienen límites a los que enfrentarse de forma creativa (la desaprobación de los padres). En Bolonia, se convierten casi al instante en punkies.

Cada uno de nosotros debe encontrar un límite que no sea la censura o el super-ego paterno. Sin límites no se puede destacar, producir diferencias y desvíos respecto de la norma. Sin límites lo único que se puede es retroceder. Hace falta darse reglas para poder forzarlas.

Autodisciplina. Control. Como el control de los golpes en las artes marciales. No es casualidad que Bruce Lee haya sido uno de los hombres más elegantes de este siglo.

Afinar el estilo es a todos los efectos un arte marcial. El estilo es resistencia cultural y simbólica, una especie de "zapatismo mental". A través del cuidado de los detalles, se expresa la conciencia de dignidad, que no hay que confundir nunca con el "decoro" burgués. La dignidad se conquista luchando, escogiendo. El "decoro" consiste en no escoger nunca.

Dignidad: el africano con el caftán amarillo y las gafas de espejo eleva el brazo al cielo mientras camina hacia atrás, sonrisa de hechicero en medio de la manifestación de inmigrantes, de la que es el cabecilla estético pro tempore. Todos los manifestantes (pakistaníes, magrebíes, subsaharianos) van bien vestidos. Con ropa tradicional o a la occidental. Se han "arreglado" (dressed up) para la ocasión. Brescia, 9 de marzo de 2001.

También vestirse es una cuestión de ética.

No hablo sólo de la ropa. Es una cuestión de porte. Ser cool. Mirad cómo camina Denzel Washington: cool no quiere decir rígido. Es justo lo contrario: el arte de no descomponerse, estar lo más suelto posible en cada ocasión. Un término que viene del jazz, no casualmente. Hace falta saber improvisar, jugar con las reglas que nos hemos puesto. Quien lleva un palo metido por el culo nunca podrá lograrlo, igual que quien no se pone reglas, códigos de comportamiento, pequeños o grandes rituales que celebrar. Reafloran imágenes de vestidos ceremoniales. "Anciento to the future", para decirlo con el Art Ensemble of Chicago.

Creo en lo esencial, en el cuidado de unos pocos detalles fundamentales. Una herencia de varios años de compañías skin y modernistas.

El estilo como un haiku que cada uno de nosotro/as debe escribir cada día. En la aparente constricción de las 17 sílabas hay en realidad espacio para un universo entero.

[Riviera Beat, año III # 19, ,arzo de 2001]


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La moda deriva de lo marcial en sentido estricto, es decir, de lo militar. En el siglo XX, un número incalculable de elementos del vestuario del ejército, de la marina y de la aviación ha pasado a la sociedad civil. Gran parte de las innovaciones de la alta costura y de la industria textil han tenido la guerra como "prueba de mercado". La dimensión bélica exige sentido práctico, y de ahí los tejidos adecuadamente ligeros o pesados o resistentes, etc.

Hoy llevamos anfibios, la trinchera, el montgomery, la parka, el bomber, los pantalones caqui, las suelas antideslizantes, todos ellos indumentaria de origen militar.

La misma chaqueta de hombre (sencilla o cruzada) tiene su origen en los uniformes del siglo pasado. En la horrible navy blazer del homo berlusconensis vemos todavía las casacas de capitanes tiránicos, y casi deseamos amotinarnos casi instantáneamente.

Las más de las veces, la dimensión militar aparece cortocircuitada, produce un sentido distinto, como en el caso de la ropa de camuflaje cuando se lleva en la ciudad, lejos de los escenarios naturales para los que fue concebida, y con el propósito de distinguirse en lugar de ocultarse.

Este proceso no afecta sólo a la moda masculina, puesto que,

(1) los límites se borran cada vez más y en la ropa de calle ya no hay casi distinciones entre los géneros;

(2) las innovaciones técnicas producidas por la guerra tienen consecuencias en toda la moda;

(3) sería interesante reconstruir qué parte de la ropa de mujer, partiendo de los tailleurs y la pareja botas altas/falda corta, derivan de uniformes de cuerpos paramilitares en sentido literal (es decir, que acompañan a los militares), de las majorettes a la Cruz Roja.

Cada día las tiendas de excedentes militares son saqueadas por hordas de bricoleurs, experimentadores (conscientes o no) que tratan, mediante yuxtaposiciones inéditas, de hacer vivir al "monstruo" al que mencionaba Jarry, la belleza inagotable que produce la disonancia.

Bien, en periodos de alta conflictividad social y política, todo esto vuelve a tener una utilidad práctica, el vestirse vuelve a ser explícitamente MARCIAL. La innovación vuelve a servir a los ejércitos, pero se trata de los ejércitos de la sociedad civil, las armadas de la desobediencia.

Lo vemos tanto en los "Monos Blancos" como en los anarquistas del "Black Bloc": las exigencias de mimetización de protección del cuerpo, de formación de una masa choque producen moda, en el mejor sentido de la palabra. La nueva CULTURA POPULAR prospera sobre las empresas de "monstruos" que resisten a la violencia policial y al hacerlo crean belleza, hacen coincidir ética y estética, es más, las hacen colapsar una sobre otra.

Hace pocas semanas me encontraba en Québec para la manifestación contra el Área de Libre Comercio de las Américas. Al pasar frente a una tienda de excedentes militares, descubrí un cartel en el escaparate: "Por favor, no pidan más máscaras de gas. Se han acabado". De hecho, miles de manifestantes la llevaban. El último y más desagradable de los equipamientos militares entra por derecho propio en el vestuario de los jóvenes cabreados, y de algún modo completa la retórica. ¿Y me decís que el estilo no es un arte marcial? Yo sostengo que, al vestirnos, sabemos bien quién es el enemigo. Y además nos ponemos guapos.

[Riviera Beat, año III # 22, julio de 2001]


3

Este artículo trata la triste historia de Mario Deiana.

Mediados de junio de 2001, Deiana es un treintañero atrapado en el remolino de su propia angustia, que ha sobrevivido durante demasiados años en los ambientes de cierto fundamentalismo pseudo-político boloñés. Sin casa, angustiado por las deudas (bastante modestas, por otra parte) y por su condición de huésped perenne ("parásito", dice él), Deiana decide acabar con todo de una forma memorable: un poco a lo kamikaze, un poco a lo Fantozzi, subirá a un tren Eurostar armado con una bomba incendiaria casera y tratará de inmolarse, no sin llevarse por delante a algunos miembros de "esa sociedad que se divierte a mis espaldas".

Empieza mal: llama la atención de cuantos esperan en el andén y de cuantos viajan en el tren. Prosigue peor: realiza uno de los atentados más torpes que se conservan en la memoria del hombre, no consigue provocar el incendio, aunque se quema los pelos de la barba, algunas personas lo ven y hacen saltar la alarma, el tren se detiene y desventurado huye por los campos entre Bolonia y Módena. Al saltar del tren, pierde el carné de identidad.

Identificado, devorado por lo medios de comunicación y acosado por los maderos, pasa 48 horas en el campo, durmiendo a la intemperie. En un bar de carretera lee los artículos del Carlino que vinculan su gesto a la movilización contra el G8. El atentado ha fracasado y la prensa instrumentaliza lo que ha hecho. Bebe un te frío con limón, vuelve a las vías y se suicida arrojándose delante de otro tren Eurostar.

¿Qué tiene que ver todo esto con "el estilo como arte marcial"? Pues tiene que ver.

En el tren y en las grabaciones de las cámaras de circuito cerrado de la estación, se le nota y reconoce por cómo va vestido: pantalones a rayas verticales blancas y azules, sudadera verde con la capucha puesta, mochila, aspecto descuidado. En La Reppublica el columnista Jenner Meletti, evocando a un payaso de la televisión de los años sesenta, habla de un "anarquista disfrazado de Scaramacai" y -con una nitidez que ni Dick Hebdige- define a sus amigos como "punkies con un barniz de política".

El pobre Deiana es víctima de diez años de dressing down option a la sombra de las Dos Torres, víctima del abandono y la dejadez estilístico-política que ha transformado la ciudad en un gran reclamo para punkies.

Lo digo sin cinismo, y con la mayor comprensión posible: la ausencia de estilo -que no se refiere sólo al vestuario sino también a eso que nuestros padres llamarían "el estar en el mundo"- Deiana se la ha llevado a la tumba. Hubo un tiempo en que se pensaba que hacía falta saber "estar en el mundo", incluso al morir. Uno se disparaba al corazón y no a la cabeza para no dejarse ver desfigurado y cubierto de sangre. Mayakovski se disparó al corazón y se cuenta que lo encontraron sonriente. El surrealista Jacques Rigaut, una vez tomada la decisión de matarse, se vistió completamente, se tendió en la cama y se rodeó de almohadones para que el impacto del disparo no le hiciera perder la postura. Tiempos lejanos: el tren ha esparcido los restos de Deiana a lo largo de más de doscientos metros de vía.

Además, si se piensa que Deiana quería realizar un acto de guerra, un acto marcial vagamente comparable a los de los kamikazes de Hamás en los territorios ocupados por Israel, se comprende claramente hasta qué punto la ausencia de estilo hace amorfo el conflicto y vacía la carga vital del "bello gesto" con el que se rechazan la insignificancia y la muerte lenta. Los jóvenes de Hamás realizan sus acciones (deplorables humana y políticamente, y sin embargo llenas de significado) dentro de un rígido marco estético y ritual, después de haber hecho las abluciones previstas por el Corán. Tienen estilo, es inútil negarlo. Cuando se habla de ellos se le llama "locos" y "fanáticos", nunca "gafes". Al contrario que Deiana que, ni siquiera muriendo, consiguió quitarse de encima la mala suerte.

[Riviera Beat, año III #23, agosto de 2001]


4

Las reflexiones que siguen son válidas para varones caucásicos (es decir, "blancos") de mundo cristiano, no para asiáticos o negros, ni mucho menos para musulmanes o sijs, entre los que la barba nunca ha pasado de moda.

Nueva York, primavera de 2001, lo leo y me lo dicen por todas partes: "La barba vuelve a estar de moda". Y yo, que desde siempre he estado rodeado de rústicos hirsutos, me pregunto: pero, ¿qué barba?
Desde luego no la barba descuidada de freaks y punkies: estamos hablando de la barba cuidada, esculpida, de una barba que tiene personalidad.

Lo dicho vale también para el bigote y los "favoritos" (las patillas que cubren gran parte de las mejillas y se alargan casi hasta el mentón, uniéndose a veces con el bigote).

Después me paro a pensar, me pregunto por los usos y trayectorias de la barba. A grandes rasgos: en el siglo XIX la levaban los liberales, los socialistas, los librepensadores y poco a poco se fue contagiando a los soberanos y gobernantes. Es un legado del romanticismo, anti-neoclásica, ambivalencia en el enfrentamiento de las fuerzas de la naturaleza, algo que se teme y a la vez seduce, que se frena y a la vez se instiga, como en los poemas del (barbudísimo) Walt Withman. Marx, Bakunin y Proudhon. Garibaldi, Mazzini y Ugo Bassi. Lassalle, pero también Bismarck.

Con la primera guerra mundial termina (tardíamente) el siglo XIX, todo sufre una aceleración brusca, la barba es un estorbo para el movimiento libre y veloz, y además dificulta el uso de las máscaras anti-gas durante los primeros bombardeos letales de iperita y cianuro. Como de costumbre lo militar y lo marcial influyen en la moda masculina. Aumentan las filas de los lampiños. Mussolini, pero también Tzara y Breton. Mayakovsky y John Reed, pero también Winston Churchill. A lo sumo se aceptan bigotes finos y/o perillas sutiles.

Pronto la barba vuelve a imponerse con los beatniks, después con los hippies, no casualmente contraculturas antimilitaristas, si no directamente incapaces de luchar. De manera complementaria, los nuevos movimientos obreros y estudiantiles recuperan la iconografía marxiana. La barba es "de compañeros".

Los primeros skinheads, los del 69, son una evolución del hipercinético culto Mod, pero también una reacción working class a la excentricidad pequeño-burguesa, y también una emulación de los rude boys jamaicanos (notoriamente poco hirsutos). Por todos estos motivos los skinheads son lampiños, no por imitación del ideal viril mussoliniano, como podría hacer (mal)pensar el estereotipo: los boneheads nazis admiradores de Don Limpio llegan solo a finales de los años setenta.

Hoy en día la renovada atención por el cuerpo y la nueva necesidad de rituales (frente al riesgo de una tabla rasa existencial globalizada) hace crecer el deseo de autoafirmarse en el cuidado extremo del rostro, de enriquecer/complicar el ceremonial del afeitado. Vuelven a verse por la calle esos maravillosos bigotes de manivela a la Leonida Bissolati, perillas de todas las formas, barbas voluminosas...

El juego de tendencias y contratendencias es, sin embargo, complicado: frente a la veleidad "saddamita" de las fuerzas del orden imperial (Saddam bombardeó a los curdos con gas nervioso), se afirma el uso de la máscara anti-gas como indumentaria trendy, de ahí la necesidad de afeitarse. Por otra parte, las perillas de mosca (que permiten el uso de la máscara) se han multiplicado por doquier. Dicho de manera sencilla, hay un límite que superar, hay obstáculos entre los que se debe hacer slalom si se quiere tener una barba o unos bigotes adecuados a los tiempos que corren. Una apuesta interesante. Ya veremos lo que sucede.

Mientras tanto, una referencia bibliográfica:
Wallace G. Pinfold, Un buen afeitado, Koenemann, 11.99 euros.

Y una referencia en la red: "The Beard & Moustache Oasis", un grupo de discusión sobre todo lo relacionado con la barba y el afeitado: http://the-light.com/beardnmoustache/ wwwboard.html

[Riviera Beat año III #24, agosto de 2001]


5

En el capítulo anterior se anunciaba el retorno poderoso de barbas y bigotes. Pocas semanas después de haber escrito aquellas frases abro un diario y me encuentro con una foto de Al Gore, ex-vicepresidente de los Estados Unidos, ayer pálido y liso como el culo de un bebé, hoy luciendo barba larga y entrecana en el punto justo. Encuentro también un comentario de la escritora erica Jong: "Gore necesitaba un poco de animalidad, y la barba se la confiere. Las mujeres americanas, como todas las mujeres, aman la virilidad, pero no tanta como para no poderla controlar". De ahí el éxito de la barba cuidada por encima de la descuidada y salvaje. Yo identificaba otras causas, vinculadas a la reconquista de la ritualidad masculina, pero ubi Jong minor cessat. Me pregunto qué diría ella de un celebérrimo par de bigotes: los de José Bové de la Conféderation Paysanne, etiquetado como "líder del movimiento anti-globalización", frase que es todo un malentendido, pero que está ahí. Imponente mostacho. Abundante. Ancestral y amenazadoramente bárbaro para los enemigos, protector y tío-céntrico para los aliados. A quién le importa Gore y su intento de renovarse el careto: Bové es The Man We Need. Durante una entrevista realizada en mitad del campo, pide disculpas, le da la espalda al periodista y se pone a mear. Lo hace de un modo tan extrañamente acertado que el periodista lo comenta de pasada, como si fuese una cosa normal.  Y si nos paramos a pensar, lo es:  siempre hemos meado, meamos y seguiremos meando. Ataca los McDonald's y lo hace desmontándolos pieza a pieza, movimientos estudiados y económicos, nada de vandalismo y tosquedad tardo-adolescente de Black Block. Como gamberro, Bové es un verdadero señor. Por seguir en el ámbito de los "personajes del movimiento", todos hablan de Naomi Klein, de lo "mona e inteligente" que es (¡aaaaargh!). Pero el de NK es un understatement indumentario que desemboca en el non-stile: la he conocido en persona, y sin embargo sería incapaz de decir con exactitud qué ropa llevaba. Me ha dado la impresión de no tener ningún estilo, pero no sabría decir porqué. El estilo de Bové se basa en otra forma de understatement. Es auténtica y pura elegancia, no exhibida, se fundamenta en un capital de dignidad acumulado durante generaciones. Botas de goma, pantalones de pana, chaquetas que parecen gastadas incluso cuando son nuevas... y una bragueta que se abre. Pública mención y pública micción. Es un dandismo rudo, proletario. Es el estilo como arte marcial.

[Riviera Beat, año III #25, septiembre de 2001]


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En el clima de nacionalismo exasperado, guerra de religión e instigación al linchamiento que ha seguido a la destrucción de las torres gemelas, algunos ciudadanos estadounidenses de religión sij han sido confundidos con musulmanes y han recibido amenazas. En  Arizona, un sij ha sido asesinado. La ecuación es de una idiotez repugnante: barba larga + rasgos orientales + turbante & ropa "extraña" = musulmán = cómplice de los terroristas. Entre otras cosas, el sijismo es una religión nacida en el norte de la India hace 500 años y no tiene nada que ver con el Islam; al contrario, los sij lucharon para defender la India de las invasiones musulmanas. La ignorancia de los ciudadanos de primera clase del Imperio nos deja atónitos.

Justo al hilo de los sijs y del regreso de la barba, existe una historia que funciona como apólogo sobre el estilo, sobre lo marcial, sobre el ser cool. En 1999 la Canadian Amateur Boxing Association se encontró en las manos con una patata caliente llamada Pardeep Nagra. Peso mosca amateur e sij practicante, Nagra llevaba barba larga y bigote (kelsh), como prevé la Khalsa, el estilo sij. El reglamento internacional del boxeo amateur exige que se suba al ring afeitado, por razones de seguridad, higiene y respeto por una iconografía ya clásica. A Nagra se le impidió pelear en el Senior Amateur Boxing Championships de Campbell River, torneo válido para la clasificación para las olimpiadas de 2000. Nagra dice que habría podido recogerse la barba con una redecilla, algo habitual entre los sij. La CABA rechazó la propuesta, para no exponerse a multas o descalificaciones. Así que Nagra fue discriminado exclusivamente en razón de su credo.

Bonito dilema: al boxeo se lo denomina "the noble art", y, sobre todo el amateur, conserva un aura de "desafío entre gentilhombres", de duelo. El estilo es importante, y se imponen reglas para mantenerlo. Totalmente justo. Pero ¿qué estilo? ¿Qué pasa cuando las reglas se demuestran inadecuadas en su fisicidad, porque la sociedad evoluciona, se hace multicultural y se afirman ideas diferentes de estilo? Nos encontramos ante el choque de dos coherencias, al Choque de Civilizaciones a pequeña escala. Todos han permanecido en sus posiciones: Nagra no se afeitó y tal vez haya colgado los guantes. Un deportista deportivo canadiense comentó: "Ha tomado la decisión justa. Es un auténtico luchador, porque sabe porqué pelea y no se trata sólo de un poco de pelo".

[Riviera Beat, año III #26, noviembre de 2001]


7

El documento en árabe que el FBI dice haber encontrado (en tres copias) entre los efectos personales de los kamikazes del 11 de septiembre resulta muy interesante para quien se ocupa del "estilo" y trata de aislar el concepto, de descomponerlo, de proyectar luz a través de un prisma para ver las extrañas refracciones. Se trata de una especie de guía para el martirio por Alah en puntos numerados, contiene preceptos religiosos, estéticos e higiénicos. Para el que se preocupa del "cuidado de sí", cito al azar: "Afeitarse y cubrirse el cuerpo con agua de colonia" (en el punto 1), "consagra el equipaje, la ropa..." (p.12), "cíñete la ropa... átate bien los zapatos y ponte un par de calcetines de manera que los pies se ajusten perfectamente" (p.14). "Todo esto son asuntos terrenos... el resto déjaselo a Dios". Trasformar el cuerpo en una cuchilla afilada y centelleante cuyo único objetivo es golpear a los enemigos de Alah. No lo neguemos: el fanatismo también puede ser elegante, y desde luego no ha sido estilo lo que les ha faltado a muchos paladines descerebrados de la Fe (de cualquier Fe).

Pero esta exageración, este cuidar el cuerpo hasta el límite de negarlo, esta mística (ya que de eso es de lo que se trata) fascista se aleja mucho del concepto de "estilo como arte marcial" que estamos examinando en las páginas de Riviera Beat, basado en una presencia cool y des-envuelta, en la que los pies también pueden no "ajustarse perfectamente" (porque se sabe que la perfección no existe, es más, resulta necesario algún pequeño desajuste), en la que no se deja nada a Dios (que, si existiese probablemente tendría mejores cosas que hacer) y siempre se está dispuesto a moverse en cualquier dirección (no sólo hacia adelante,  a estrellarse contra El Blanco).

Me viene a la memoria un pasaje de Mishima, alguien cuya lectura te abre mil puertas: "Ya sea en tierra, ya en el mar exijo a mi estilo la tensión de la vigilancia nocturna de un segundo oficial de marina" (de El sol y el acero). Esto ya no es estilo, es una camisa de fuerza, es la identidad cuidada de forma paranoica. No es cool: es frozen. A este estilo que "siempre saca pecho, como un guerrero", contrapongo el de otro maestro, Orson Welles, según el cual "todos deberíamos tomarnos unas vacaciones de nosotros mismos".

[Riviera Beat, año III #27, diciembre de 2001]


No (c) - Traducción de Hugo Romero