Algunas evaluaciones y "banalidades de base"

Wu Ming

Publicado en Giap 9, serie IV, boletín electrónico de Wu Ming, 6 de Setembre 2003
Aquí el texto original en italiano y completo.


 

Estamos al final de un verano de incendios, bochornos, apagones, falta de aire y calores "asesinos" (en esto puede aplicarse la vieja constatación de Beppe Grillo: en los periódicos siempre se escribe "montaña asesina", nunca "alpinista torpe"). Estamos al principio de un otoño de inundaciones (mil millones de euros de daños en Friuli, y eso es sólo el principio), gotas frías, torbellinos de aire, catástrofes ecológicas y sanitarias. Por su parte, el Gobierno hace todo lo posible para que estas catástrofes se multipliquen. Véase, por ejemplo, el reciente decreto en materia de energía y centrales termoeléctricas: en vez de intervenir contra los despilfarros, se permite a las centrales que contaminen más y viertan en los ríos aguas residuales a temperaturas más altas, dando así el mazazo final a los ecosistemas. Y, mientras tanto, se planifica la construcción de 150 nuevas centrales.

Hay también quien sugiere una vuelta a lo nuclear, argumentando que en su momento se exageraron los riesgos. Lingüistas, semiólogos y arqueólogos afirman que es imposible marcar los toneles de residuos, cuyo periodo de semidesintegración radioactiva oscila entre centenares y millones de años, con un símbolo interpretable sin equívocos para los que habitarán el planeta en los próximos milenios. Los residuos nucleares son armas de destrucción contra los seres humanos venideros, es decir, contra nuestros descendientes, bisnietos de los bisnietos de nuestros nietos, onco-bombas de relojería que nosotros vamos enterrando por aquí y por allá. Si seguimos dando crédito a ciertos políticos y a ciertos "científicos", nuestra época será recordada como la Edad de los "cacho mierdas". ¿Y eso qué hostia nos importa a nosotros? No future!

Mientras tanto, sin necesidad de esperar a que lleguen nuestros descendientes, nosotros mismos nos dirigimos hacia el colapso, cegados por una ideología compartida por la derecha y la izquierda, una ideología criminal que sigue considerando fundamentales el PIB, el "crecimiento", el "desarrollo" (con tal de que sea no-sostenible). En una palabra: la locura. Todo el mundo a rajarse las vestiduras porque baja el PIB y el "consumo", todo el mundo preguntándose cómo se podría "reavivar" el consumo o cómo convencer a la gente para destruir los recursos, llenar el medio ambiente de porquerías, revindicar con determinación el propio derecho al cáncer y, por qué no, a las nuevas epidemias (lo "nuevo que avanza" [eslogan utilizado por Forza Italia]). Cuando, por el contrario, deberíamos aprovechar la oportunidad dada por la disminución del consumo para interrogarnos sobre nuestras propias culpas, sobre nuestro "feroz deseo" de consumir el mundo.

Démonos cuenta, por ejemplo, de que es demencial tener el estéreo y la TV en stand-by (centenares de millones de leds [diodos emisores de luz] encendidos en toda Italia [o España], veinticuatro horas al día), o que las tiendas y los bancos no tendrían que despilfarrar electricidad teniendo las luces encendidas por la noche (¡hay tiendas que difunden música por la calle!). Pase que esté encendida la luz que ilumina el cajero, ¿pero por qué motivo muchos bancos dejan sus despachos tan iluminados como si fuera de día?

¿Por razones publicitarias? ¿Es qué alguna vez, al pasar a las tres de la mañana por delante de un banco, se te ha ocurrido decir "¡hostia, que chulo está este banco! ¡Mira que luz! Mañana voy y cambio mi cuenta corriente"?

¿Por seguridad? Pero si por la noche las cajas están vacías, y, en lo que se refiere a las cámaras blindadas, los robos por butrón (si todavía existen) no se hacen desde la calle. En cualquier caso, el rótulo luminoso y unas pocas luces de bajo consumo serían más que suficientes.

No, es muy probable que tenga razón Wu Ming 5: las luces de los bancos son la versión capitalista de la vela votiva. Los bancos son las iglesias donde se reza al dios padre Capital, al espíritu santo Dinero, a la santa madre Bolsa y a todos los santos magnates, y es necesario hacer saber a cualquiera que pase por allí dónde está el poder espiritual.

El Gobierno emite decretos que autorizan a devastar el medio ambiente y a destruir la biodiversidad para permitir que el templo siga iluminado. Las metáforas han sido actualizadas: hoy en día la religión no es "oscurantista", sino que quiere mantener encendidas todas las lámparas. A su vez, quien está del lado de la razón y de la laicidad ya no fomenta el espíritu de "las luces", como se dice respecto a la época de la Ilustración, sino que lucha para apagar algunos faros y leds.

Poner límites a nuestro feroz deseo de consumir el mundo. Presionar en favor de las energías alternativas, frente a un petróleo cuya extracción pronto alcanzará límites insuperables. Favorecer la transición hacia los vehículos eléctricos, obligar a las administraciones locales a instalar centralitas de recarga, distribuidores de biodiesel, etc. Y, mientras tanto, quien pueda permitírselo que use lo menos posible el coche. Estas "banalidades de base", desafortunadamente, no son todavía tales. Sin embargo, constituyen el "salario mínimo" de decencia e inteligencia preciso para que una especie pueda sobrevivir.

Repetimos que este estado de cosas no solamente es culpa de la derecha y del Gobierno. Podríamos poner mil ejemplos para demostrar que la izquierda oficial en todas sus versiones comparte la misma superstición productivista y la misma incultura medioambiental. El invierno pasado, en el debate parlamentario sobre la crisis de la FIAT, Piero Fassino, secretario del partido Democratici di Sinistra, criticó con dureza a la empresa para no haber sabido aprovechar la motorización de los mercados asiáticos, en particular del mercado chino. O sea, que si mil quinientos millones de personas reclaman el motor de explosión, ¿por qué no precipitarse a vendérselo? Claro, el efecto colateral de ello es el fin del mundo, pero como mínimo habremos demostrado que somos buenos vendedores, como lo demostramos en las grandes fiestas de l'Unità, repletas de deslumbrantes salones del automóvil. Por otra parte, no podrán acusarnos de escasa sensibilidad medioambiental, ya que también alojamos los stands de la bioarquitectura y de los vehículos eléctricos. Es cierto que a veces nos olvidamos de marcarlos en el plano, pero nadie es perfecto.

Los dos procesos más destructivos en curso son el efecto invernadero y la deforestación. Cada uno es causa y consecuencia del otro, y juntos contribuyen a los bochornos, sequías y desertificaciones, así como a las inundaciones y los torbellinos de aire...

Respecto al efecto invernadero aún quedan científicos -afortunadamente, cada vez menos- puestos en la nómina de los petroleros que tratan de "irse por las ramas", pero sobre la deforestación no hay discusión, sus consecuencias se conocen desde el siglo XIX. Las observaciones de Sirmoni sobre la relación entre deforestación y las crecidas del Arno datan de 1872. Cortar los árboles causa mayor erosión y menor capacidad de retención hídrica del suelo, con los consecuentes derrumbes y aluviones, y reduce los obstáculos físicos a la formación de torbellinos de aire. Sin embargo, cada año nos sorprendemos, la calle y la casa se llenan de agua, pueblecitos enteros son destrozados, hay muertos y heridos, y nosotros seguimos preguntándonos: "¡Pardiez! ¿Cuál será la causa de tanto desastre?". ¡Caigamos ya del guindo!

Decir que el problema es la falta de limpieza del sotobosque [conjunto de arbustos y hierbas que crecen en los bosques de árboles de tronco alto] es una media patraña, a diferencia de la patraña total en que consiste la hipótesis del ministro italiano [del Interior] Pisanu, convertida en certeza en alguna edición del telediario de la RAI 1, sobre la responsabilidad de los "ecoterroristas" en los incendios intencionados.

A escala planetaria, el aspecto más terrible de la deforestación atañe a las selvas centenarias. Los datos (algunos se pueden encontrar en Giap 8, serie IV) hacen llorar. Desde 1950 se ha perdido más de la mitad de las selvas centenarias del planeta. Confinadas en áreas cada vez más restringidas de estas selvas, muchas especies de la faunas africanas (empezando por los primates) se encaminan hacia la extinción. La situación en la Amazonia es catastrófica.

Sobre este último punto es necesaria una pequeña rectificación: en el último numero de Giap escribíamos que "el gobierno Lula no ha hecho todavía nada en concreto para parar el ecocidio". Unos días después se ha difundido la noticia de una importante victoria de Greenpeace y otras asociaciones en la Amazonia: la demarcación, por parte del Gobierno federal, de la tierra de los indios Deni, 3,6 millones de hectáreas en la zona del río Purus. En ese área, las compañías madereras no podrán cortar árboles. Esperamos que tal conquista no sea puramente formal y que de verdad se haga algo para bloquear a las mafias ecocidas. De todas formas, no olvidemos que el área demarcada corresponde solo al 1% de lo que queda de la jungla amazónica.

¿Quiénes son los culpables de estos crímenes contra la humanidad y las demás especies, de este holocausto que, aunque tardemos en darnos cuenta, atenta contra todo "bicho viviente" y es, por tanto, aún peor aún que el cometido por los nazis, que exterminaban a quienes ellos definían como üntermenschen, "subhumanos"?

Se trata de las multinacionales de la madera, de la industria agroalimentaria y de la zootecnia (áreas forestales centenarias destruidas para que pasten las turbo-vacas, etc.). Es inútil repetir aquí las culpas de colosos como McDonald’s, que afortunadamente está experimentando una sensible disminución de sus beneficios. Esperamos ardientemente que todos sus ejecutivos acaben, al menos, durmiendo debajo de un puente, y para que esto ocurra estamos dispuestos a recurrir al Vudú, al Obeah, al Candomblé y a la Regla de Palo Monte (o Conga).

Sin embargo, la lista es todavía incompleta: falta la industria papelera. Y en esto también tenemos algo de culpa nosotros, los escritores y trabajadores del mundo editorial. Hemos tratado el tema en el número anterior de Giap y reafirmamos aquí nuestro compromiso para los meses y años venideros... Los escritores debemos ejercer sobre nuestros editores cualquier tipo de presión (incluso recurriendo a las artes mágicas antes citadas) para que utilicen papel ecosostenible o reciclado. No sabemos si obtendremos resultados a corto y medio plazo, pero es seguro que haremos oír nuestra voz.

Al menos, en el mundo editorial hay alguien que se plantea el problema. ¿Y en otros ámbitos? En todos los espacios reina un derroche idiota y sociopático. El papel es una de las cosas que se despilfarra de la manera más despreocupada: correo-basura, publicidad, folletos desplegables, flyers, aderezos y embalajes exagerados, expedientes burocráticos en los despachos, el vicio de imprimir cualquier página web con la intención de leerla luego (y después no se lee nada y se tira todo...).

De nuevo, el Gobierno nos toma el pelo con un decreto ley: hace poco el ministro del ecocidio, Altero Matteoli [ministro del... "Medio Ambiente"], ha decretado que en la Administración Pública se usará el 30% de papel reciclado. ¿Qué hostia significa? ¿Y el 70% restante? A veces, los periódicos mencionan estas noticias con la máxima tranquilidad , sin hacer o hacerse nunca una pregunta. Nada es verdadero, todo es aceptable.

Traducción: Fabrizio Bernardi / Luismi


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