Las rutas de los cantos de Europa

Wu Ming 4

L'Unità, 24 mayo 2003

 


La canción de Palos

Este viaje podría iniciarse con un "Érase una vez...", para colocarse en el tiempo del mito o, como diría un aborigen australiano, en el tiempo de los sueños. Es la historia de un viaje "cantado", que comienza en Palos, una puerta que no se abre hacia el océano sino hacia la tierra, en el rincón más extremo del continente inexplorado.
Palos, en una región denominada "Landa-hlôz", de un pueblo emigrante que en la noche de los tiempos alcanzó ese lugar: los visigodos. Landa-hlôz, Al-Andalus, como fue rebautizada por los nuevos emigrantes conquistadores que llegaron de las montañas azules situadas al sur, al otro lado del estrecho.
La primera etapa es una ciudad sobre un río, capital de uno de los reinos más florecientes de toda la historia. Córdoba, patria de soberanos ilustrados y de grandes intelectuales, allá donde vivió y nació uno de los más grandes filósofos del medievo. Se llamaba Abu al-Walid Muhammad ibn Ahmad ibn Muhammad ibn Rushd, más conocido como Averroes. Su interpretación de Aristóteles, del que durante siglos fue considerado el comentador, hizo nacer una escuela, el averroísmo, y sus textos fueron traducidos al latín y copiados en los monasterios de todo el continente. El averroísmo sostenía la unicidad del intelecto para todo el género humano, negaba la inmortalidad del alma individual en favor de la inmortalidad del mundo, reivindicaba la autosuficiencia de la filosofía en lo que se refiere a la felicidad terrenal del ser humano. Averroes era ibérico, de origen árabe, musulmán, librepensador. Murió en Marrakech en 1198.
A su lado, inmortalizado en una estatua situada en la judería de Córdoba, se alza otro gran pensador, Abu Imram Musa ben Maimun Ibn Abdalá, más conocido como Moshé Maimonides, ibérico, árabe, de religión hebraica, bilingüe, librepensador. Sus textos fueron traducidos al latín y proporcionaron su pensamiento a la historia del continente. Es considerado como el más importante pensador hebreo del medievo. Murió en Egipto en 1204, tras haber sido médico personal de la familia Saladino.
Las mezquitas de Córdoba, transformadas en catedrales, increíble fusión arquitectónica de dos mundos, son el símbolo de un phylum ideológicamente roto, pero que puede ser reconstruido estudiando la historia del pensamiento y de la cultura.
Pero el viaje apenas ha comenzado. Debemos recorrer muchos kilómetros hacia el noreste para llegar a una gran ciudad, asomada sobre el Mare Nostrum. Sus habitantes nos cuentan otra historia, la de un noble condottiero africano, Amícal Barca, que vino desde Túnez y fundó una ciudad a la que dio nombre: Barcelona. Era el año 230 antes de Cristo. El hijo de Amílcar Barca, Aníbal, atravesó la península ibérica con un ejército, para amenazar al más poderoso imperio de todos los tiempos.
Siguiendo la canción de Aníbal, que en nuestra imaginación lleva el ritmo del paso de los elefantes, proseguimos nuestro viaje, para llegar a una tercera y gran ciudad: Masilia [Marsella], donde también encontraremos inmigrantes, y esta vez las etnias, los idiomas, las culturas, las músicas, serán innumerables y tan entrelazadas que se hará imposible distinguirlas. Marsella, fundada en el 600 antes de Cristo por marinos griegos procedentes de la colonia de Focea, en Asia Menor. Una colonia asiática.
Desde entonces, nunca ha cesado de producirse y reproducirse el mestizaje. Los piratas sarracenos enseñaron a los provenzales que de la corteza del alcornoque se podían obtener tapones para las botellas. Invención que los vinicultores locales supieron aprovechar muy bien.
Para proseguir nuestro viaje, tomemos prestada la canción de una sección de los milicianos republicanos, para marchar "en defensa de la patria", una patria que está allá donde se levantan las tiendas, allá donde nos lleva la canción. Y la canción, no por casualidad, nos lleva a Niza.
Allá, en Niza, año 2000, tiene lugar una cumbre que lanza la Carta europea de derechos. En esa ocasión, los Tute bianche ("petos blancos") italianos se propusieron llevar a la ciudad francesa aquellos artículos que creían debían ser los tres primeros de la Carta. Las tres pancartas fueron detenidas en la frontera de Ventimiglia, junto a los manifestantes. Decían más o menos lo siguiente.

I) Son ciudadanos europeos todos aquellos que han escogido vivir y permanecer sobre territorio europeo, provengan de donde provengan.
II) Todos los ciudadanos europeos, sea cual sea el trabajo que desarrollen, tienen derecho a una renta que les permita llevar una existencia libre y digna.
III) Europa repudia y se opone a la guerra, sin condiciones, en cualquier parte del mundo.

Inevitablemente, la canción sigue su marcha hacia Génova, en la Piazza Alimonda, pero no exclusiva ni principalmente para conmemorar a los mártires. Elegiremos ese lugar en tanto que punto de Arquímedes, por ser el agujero negro en el que se intentó hacer naufragar al movimiento global. Y ya que no lo consiguieron, la canción de Génova no es triste, sino, más bien, una pieza de Frabrizio De André tocada a ritmo punk rock, que habla de quien ya no puede estar con nosotros pero también de la multitud que corrió a salvar la piel de tantos otros y les permitió salir de la trampa. Es la canción de un salvamento y de un rescate.


La canción de Cork

El inicio de la segunda canción tiene como escenario una gran hambruna, en 1848, que diezma la población de una isla y la obliga a emigrar. La isla es Irlanda y la ciudad de Cork es el punto de partida. En 1588 llegaron a estas costas, tras su derrota, las naves con los sobrevivientes de la Armada invencible, la flota del rey de España. La historia dice que algunos ya no se fueron de allí. Y aunque tuviesen nombres cristianos, en sus venas corría también la sangre de Averroes.
Y ahora nos presta su canción Michael Collins, para llevarnos hasta Dublín, año 1916, donde los irlandeses se sublevan contra el poder colonial inglés y darán comienzo a la batalla por la independencia. "Ha nacido una terrible belleza", escribió el poeta Yeats. El viaje prosigue hasta Belfast, ciudad ocupada, ciudad de intifada y guerrilla, pero en la que hoy se intenta salir de las pesadillas para reapropiarse de un futuro posible. Y después atravesaremos el estrecho para llegar a Liverpool, donde escucharemos los relatos de los obreros, nos detendremos un instante ante un sótano en el que, en la noche de los tiempos, cuatro jóvenes que no sabían tocar asaltaron el cielo de la cultura pop y lo desgarraron. Prosigamos hacia el corazón de la mayor de las islas.
Cerca de Nottingham, si logramos limpiar un mito de todas las incrustaciones procedentes del merchandising hollywoodiano, quizá podamos encontrar aún una alegre banda de rebeldes, guiados por un tal Robin Hood. Las canciones inspiradas en su gesta nos conducirán hacia el sur, a los condados de Kent y Essex, donde su fundirán con la balada de John Ball [uno de los líderes de las sublevaciones campesinas de 1381 en Inglaterra], una de cuyas estrofas más famosas dice: "Si todos descendemos de un padre y una madre, Adán y Eva, ¿cómo pueden los señores afirmar o demostrar que ellos son más señores que nosotros, si no es haciéndonos labrar y cavar la tierra para poder gastar todo cuanto nosotros producimos?".
Y llegamos a la ciudad de Londres, donde por primera vez en la historia del continente un pueblo cortó la cabeza de su rey. En enero de 1649 los ingleses establecieron que quien manda sólo puede hacerlo en favor del pueblo, nunca en contra. Pero nos desplazaremos más al sur, hacia los suburbios. Pasaremos primero ante una pequeña iglesia en la que, en 1647, los portavoces del ejército revolucionario de Cromwell exigieron entrevistarse con su propio Estado Mayor y explicaron a los altos oficiales que si las clases más humildes eran buenas para combatir contra el rey también debían tener derecho a votar. Dos años más tarde, algunas brigadas del ejército que iban a ser enviadas a Irlanda para reprimir la rebelión católica se amotinaron y se negaron a zarpar. Arriaron la bandera con la cruz de San Jorge y colocaron sobre sus sombreros una maravillosa escarapela verde mar. Un verde sólo un poco menos intenso que el de Robin Hood.
Después, podríamos desplazar el ancla algunas millas y aparecer sobre la Colina de San Jorge, en Surrey [condado situado en el extremo sur de Londres], donde el 1 de abril de 1649 un grupo de campesinos comenzaron a labrar la tierra en común, rechazando la propiedad privada de la tierra y los cercados que la hacían inaccesible. Por eso motivo fueron denominados "los zapadores" [The Diggers]. Y con esta canción en los labios atravesaremos el estrecho para alcanzar el continente.
La siguiente etapa será París, donde otro rey, que sin embargo ya no era rey sino un simple señor Capeto, perdió la cabeza, literalmente, por haber vendido a su pueblo. De la canción de París, coro a mil voces, escogeremos quizá una, joven y tonante, la voz de un imberbe revolucionario llamado Louis de Saint-Just, que un día de 1789 dijo: "ha nacido un nuevo sentimiento en Europa: la felicidad".


La canción de Estambul

La tercera canción parte de una ciudad fronteriza entre dos continentes. Una frontera tan enrarecida como numerosos son los nombres de la propia ciudad: Estambul, Constantinopla, Bizancio.
Podría ser la canción de un retorno, el de un joven cristiano, robado por los dominadores otomanos por medio del devçirme, el tributo que, entregando a una parte de sus jóvenes varones, Bosnia pagaba al Imperio turco. Jóvenes que eran llevados a Estambul, convertidos e incorporados a la carrera militar, diplomática y administrativa. Durante los siglos XVI y XVII, nueve grandes visires fueron de origen bosnio. Por tanto, nuestra canción habla de una compenetración secular.
Y nos lleva a Sarajevo, para hablarnos de guerra. Pero en esa ciudad escogeremos una canción diversa, cantada en una lengua arcaica. El canto dice que el término serbocroata "hrvat" (croata) no es una palabra eslava. Deriva del antiguo iraní y significa "amigo". La palabra serbocroata "serv" (serbio) también deriva de un viejo término iraní, "charv", que unido al sufijo "-at" produjo la palabra "Hrvat": croata. Serbios y croatas son la misma cosa, o bien dos tribus eslavas con castas dominantes iraníes que penetraron en los Balcanes procedentes del norte del Cáucaso.
Con la canción de los amigos nos movemos hacia Budapest y Praga. Y la canción será la canción del final del "sueño" soviético. Pero no es solamente eso. En Praga, en un pequeño salón de te perfumado de antiguo, al que, según se dice, Franz Kafka acudía a meditar, quizá escuchemos otra historia, la del rector de la Universidad, Jan Hus, que un siglo antes que Lutero predicó contra la venta de las indulgencias y el enriquecimiento del clero a costa de las clases más pobres, y que por ese motivo fue quemado en la hoguera.
Algunos de sus discípulos, obreros, artesanos, campesinos, se fueron a una montaña, a la que rebautizaron como monte Tabor, y proclamaron el sacerdocio universal y la igualdad de todos los seres humanos, dando inicio a una revolución que ha atravesado diversas vicisitudes pero que desde entonces se ha mantenido inconclusa.
Primavera de 1521, precisamente en Praga. Thomas Müntzer predicó sus teorías más fuertes, que pasaban por encima de las de Lutero e incendiaban los ánimos de las clases más humildes, dando lugar al primer intento de una revolución moderna.
Caminando por las calles de la ciudad, podremos toparnos con un muro descascarillado en el que se puede entrever un viejo escrito satírico, pintado en 1968 por estudiantes de la misma univesidad que Hus: "Hasta el final con la Unión Soviética... ¡pero ni un segundo más!". Treinta y dos años después, en una clara jornada de septiembre, cortejos procedentes de todo el mundo asedian la cumbre de la OMC y del Banco Mundial, marcando una etapa en el nacimiento de un nuevo movimiento. Allí estaban otra vez los carros blindados y también hubo batalla. Pero estas ideas, que han atravesado los siglos, han vuelto a moverse por el continente.
Pasando de canción en canción, de estrofa en estrofa, procedentes de tres vías diversas, podríamos reencontrarnos en un casual epicentro del continente. Una ciudad medieval construida en la segunda mitad del siglo XX. Legoland [parque de atracciones con reproducciones a escala de numerosos edificos], pero en escala 1:1. Nuremberg.
Aquí, el viento no transportaría canciones, sino ecos lejanos de masas marchando al paso de la oca y concentraciones oceánicas ante un cabo que fue pintor de paredes. La ciudad aniquilada por las bombas es reconstruida tal como era. Quizá sea el emblema mismo del mecanismo psicológico de rechazo. El acto que sancionó tal rechazo fue un proceso, también una farsa dado que los vencedores que habían ya aplastado a los vencidos podían marcar jurídicamente su propia victoria e inaugurar una nueva fase de destrucciones. Sin embargo, el principio que guiaba a aquellos jueces era el de colocar fuera de derecho los crímenes contra la humanidad cometidos en la historia. Un principio interesante y ciertamente actual.
Tres hipotéticos viajeros, reunidos finalmente allí, cada uno con su repertorio de canciones, se sorprenderían pensando que el tribunal más legítimo es el de la historia. La historia, hecha siempre desde abajo, por la multitud de actores de reparto en constante movimiento. Y que es ante este tribunal ante el que querrían ver procesados a los criminales de guerra, vencidos o vencedores.
Con esta conciencia y esta determinación, con esta nueva canción, reanudarán el camino, a lo largo de las rutas de los cantos de Europa.


Erebu

Wu Ming 2

Giap #6, IVa serie - Le vie dei canti d'Europa - 29 maggio 2003


Cuando estaba en la enseñanza elemental, hace una veintena de años, te enseñaban geografía como un Guinness de los récords. la montaña más alta, el río más alto, la capital de... Hoy dicen que era erróneo, "nocionismo", pero a mí no me disgustaba. Sólo había un problema: Europa.
Tomemos el caso de la montaña más alta, el Monte Bianco [o Mont Blanc]. Memorizabas cuánto medía, aprendías que la cima estaba en Italia y el nombre del primer escalador que alcanzó la cima. Después llegaba tu compañero de pupitre con el gigantesco Atlas de la l'Encyclopaedia Britannique y te enseñaba la clasificación de las montañas más altas: el Monte Bianco estaba en el cuarto puesto. Increíble. Primero, Elbrus, segundo, Dykh-tau, tercero, Kazbek, los tres en el Cáucaso. Todos por encima de los cinco mil metros. ¿Cómo es que nadie había oído hablar del Cáucaso?
Todos perdían el tiempo discutiendo donde debían llevar el acento los montes Urales o si su nombre podía pronunciarse de varios modos [un caso similar al uso de Rumania y Rumanía en castellano], y entre tanto nadie se daba cuenta de este agujero al final del mapa de Europa, que frecuentemente nos llegaba incompleto, sin el Cáucaso.
Y si el Cáucaso estaba en Europa, también debía estarlo el Mar Caspio, al menos una de sus orillas, y entonces resultaba que era el lago más grande de Europa, no el Ladoga o el Onega, aunque alguno decía que no valía porque el Caspio era algo salado y se llamaba mar.
Y lo mismo pasaba con las ciudades, cosa ya de por sí delicada a causa de los diversos criterios aplicables a los aglomerados urbanos, lo que permitía, por ejemplo, que París pasase de dos millones de habitantes a nueve millones o aún más. Saltaba alguno diciendo que la ciudad más grande de Europa era Estambul, que estaba en Turquía, y, por tanto, en Asía, pero en realidad casi toda ella estaba en la zona europea. Y sea como fuere la segunda era Moscú, ¿la habías olvidado? : en la Rusia europea, ocho millones de habitantes.
Y con los ríos se repetía el litigio, entre el Danubio y el Volga, que en efecto estaba a este lado de los Urales, en el Cáucaso, y desembocaba en el Mar Caspio.
Nada de esto ocurría con los demás continentes. Amazona y Aconcagua, Klimanjaro y Lago Victoria, Yangtsé y Everest. Todo sencillo, sin polémicas.
¿No será que Europa no es exactamente un continente? ¡Pues vaya!, ¿qué es entonces?
Asaltado por las dudas, durante el recreo trababa de refrescar la mente con el álbum de cromos, pero también ahí imperaba el delirio. En la Copa de la UEFA, el Inter iba a jugar a Trebisonda, puerto al sureste del Mar Negro, en la parte asiática de Turquía. Israel jugaba con los equipos europeos las eliminatorias del mundial y el Maccabi de Tel Aviv derrotaba en baloncesto a griegos y españoles.
Afortunadamente, en aquellos días de inocencia nada podíamos saber de la red de salas cinematográficas Europa Cinemas, nacida para apoyar a las películas europeas. Nos habría confundido aún más. ¿Habéis visto la animación que, antes de cada proyección, muestra los nombres de las ciudades implicadas? Estocolmo, Ramallah, El Cairo, Damasco. ¿Papá, Damasco no estaba en Siria? Pues tendrá algo de Europa... pese a que Bush quiera bombardear también allí.
Concluida la parte geográfica, pasemos a la parte épica. El mito de Europa. Esta Europa era una bellísima muchacha morena, hermana de Cadmo, el fenicio que llevó el alfabeto a Mileto. Si no me equivoco, los fenicios estaban por el Líbano y hacían los barcos con madera de cedro. ¿Así que ahora resulta que Europa era libanesa y nadie sabe bien si era europea o no? Quizá naciera más tarde, cuando Cadmo y su familia se habían trasladado a Mileto, sobre la costa turca, en Asia.
¿Y eso qué importa?, te dice el libro de historia en la siguiente clase. Esa zona todavía era considerada Europa en el siglo V. Era Grecia, las colonias jónicas, cuyo punto más occidental era el Adriático. Lo demás: los bárbaros. Asi que Mileto estaba en Europa. Y en Mileto brotaba la filosofía de Tales, Anaximandro y Anaxímenes. Algo nuestro, europeo. El primero de los tres se convirtió en una famosa estrella por haber previsto un eclipse. Había utilizado los cálculos de algunos astrónomos mesopotámicos, pero no se lo dijo a nadie. Según él, todo el universo estaba hecho de agua en última instancia. Anaxímenes prefería el aire. Anaximandro, que se atribuía bajo cuerda inventos procedentes de Babilonia, decía que la sustancia de todo era el apeiron, el infinito. Atención: si uno dice aire y otro agua, ¿por qué el tercero propone el infinito y no, digamos, el fuego, la tierra, la madera?
El profesor Giovanni Semerano responde que el término apeiron no significa infinito, sino que deriva del acádico eperu, árabe 'afr, hebraico bíblico 'afar, que quiere decir polvo, la innumerable arena del desierto, recuerda que tú eres polvo y en polvo te convertirás. Todo está hecho de polvo, no tiene nada de extraño. Y estos griegos -japoneses de la antigüedad- no se contentaban con cálculos y patentes. A los vecinos mesopotámicos les robaban hasta las palabras. A propósito de palabras: en acádico hay una, erebu, que significa occidente. Y sí, parece que el término "Europa" procede precisamente de ahí, a diferencia de Grecia, porque para la gente de Mesopotamia Europa era el Far West. Y junto al nombre, también proceden de allí las matemáticas (incluido el teorema de Pitágoras, que, al parecer, no era realmente suyo), la astrología, la medicina, las palabras de la filosofía e instrumentos musicales como la lira de los líricos griegos (kinura, en griego, y kinnaru, en acádico).
Hace tiempo vi un programa televisado sobre Irak, la antigua Mesopotamia, calificado como "cuna de la civilización islámica del siglo VII". De acuerdo. Pero, ¿y si lo que se hubiese dicho hubiese sido "útero y placenta de la civilización europea"? ¿Habría sido más difícil bombardear Bagdad?
Quizá no. En cualquier caso, algunos gobiernos de Europa habrían desempolvado un antiguo dualismo muy apreciado por los griegos, explotado y planteado una y otra vez desde las guerras pérsicas. La democracia, la libertad, la autonomía de Europa, contra la tiranía, la esclavitud, el despotismo asiático.
Los griegos, sublimes en el espionaje industrial, todo lo contrario de unos estúpidos, se dieron cuenta pronto de lo difícil que era trazar una frontera geográfica entre ellos, los europeos, y los otros, los asiáticos. Al igual que la joven Europa, que había recurrido a todo para esquivar los cortejos de Zeus, también el nuevo continente se escapaba entre los dedos. La identidad se apuntalaba con conceptos e ideas.
Durante algún tiempo, sirvió la distinción entre ciudadanos europeos y súbditos asiáticos. Pero después llegó Alejandro Magno y amplió hasta el Indo el límite oriental de sus dominios. ¿Que sentido tenía entonces distinguir entre asiáticos y europeos, dado que compartían el mismo soberano? Y ya que el concepto de Europa era esquivo, primero quedó vacío de contenido y luego volvió a desaparecer, dejando lugar a dicotomías más amplias y significativas.
Por ejemplo, romanos contra bárbaros. Sin distinciones entre los nacidos en Tagaste [actualmente, Souk-Ahras, Argelia], en África, como San Agustín, o en Masilia [Marsella], en la Galia, siempre y cuando no fuesen lugares más allá del Danubio, en la bárbara Pannonia, esto es, en la actual Hungría, y, por tanto, en Europa.
O cristianos contra paganos, tras la caída del Imperio. El historiador italiano Federico Chabod recordó las palabras de Paulo Orosio, que en siglo V después de Cristo daba gracias a Dios por las invasiones bárbaras, que habían permitido a nuevas poblaciones conocer la Buena Nueva y hacerse bautizar. No está mal como admonición para quienes quieran echar el candado a la fortaleza Europa y exportar democracia más allá de sus fronteras. Si quieres comunicarte con alguien, al menos invítale a cenar.
O también, para terminar, cristianos romanos contra cristianos orientales, tras el cisma. Francos contra bizantinos, simple y leal contra complejo y falaz, una contraposición que pervive en el lenguaje. Una contraposición que vuelve a poner en primer plano la idea de Europa, una Europa adversario del Bizancio, en la vecina Asia, y de un África ahora musulmana. Cristianos de Occidente y europeos terminan identificándose.
Pero la superposición entre las fronteras ideológicas y las territoriales genera monstruos y absurdos, como en el caso de Grecia, que en una época se llamaba a sí misma Europa, y que ahora queda en la otra parte, en espera de que lleguen los otomanos a secuestrarla definitivamente, fuera del continente que ella misma había bautizado.
Poco después, con las conquistas y los misioneros, el concepto de "cristianismo" se amplía de nuevo, demasiado extenso ya para sostener la idea de Europa y darle consistencia. Llegan entonces el humanismo, el renacimiento y la ilustración: de Maquiavelo a Voltaire serpentea la necesidad de una nueva concepción, esta vez laica, de Europa y de sus ciudadanos. Una necesidad que ha llegado hasta nosotros, demostrando que, en verdad y sin querer incomodar a los geógrafos, Europa es un mito, una idea, antes que un continente. En la escuela de hoy en día, moderna y actualizada, ya no sería necesario estudiarla en la hora de Geografía, en la que podría formar unidad con Asia. Más bien, es un tema de Estudios Sociales, una materia nueva, muy a la vanguardia, tan a la vanguardia que ningún niño de ocho años ha logrado aún explicar de qué trata.Un buen profesor de esta materia podría comenzar diciendo que hay muchas Europas.
Está la Europa del euro, la de la relación entre déficit y Producto Interior Bruto, la de los ciudadanos Schengen contra los extracomunitarios, como en otros tiempo era romanos contra bárbaros, cristianos contra paganos, francos contra bizantinos.
También existe la Europa de las competiciones deportivas. La Europa del cine. La Europa que se respira en París, Berlín o Madrid en barrios melting pot [barrios crisol] como Barbés, Kreuzberg, Lavapiés. Lugares de experimentación social y de conflictos, de diálogo y de cuchilladas. Lugares donde una nueva Europa, con gran esfuerzo, está intentando nacer y definirse. Y la Europa de Florencia, 9 de noviembre de 2002, en el inmenso encuentro del Foro Social, que es también la Europa que se opone a la guerra permanente, ante la que es un continente dividido por las decisiones tomadas por los gobiernos pero unido en lo que hace a la inmensa mayoría de la opinión pública.
Lo bello de Europa, efectivamente, es que el mito no ha conseguido nunca consolidarse, establecerse de una vez por todas e imponer su voz sobre la de los seres humanos. Nunca ha conseguido sustraerse a las inquietudes de una época, a las exigencias de la política, a la reflexión de los filósofos.
Resultado: nadie puede remitirse a un perdido y antiguo origen, a una Tradición, a unos inicios de Europa, a un preciso territorio topográfico e ideológico con fronteras a defender y purezas a preservar. Quien lo intenté está destinado a hacer el ridículo. Y eso significa que Europa es un mito todavía fecundo, útil, capaz de abarcar nuestros deseos y voces. Significa que debemos mancharnos las manos con el barro de este mito, sin temer que alguno nos lo arrebate para modelar la estatua del nacionalismo europeo o los muros de una fortaleza militar y económica.
Gracias a su historia, a sus vicisitudes, a su posición geográfica, "Europa" puede convertirse en un concepto, una visión política y social, un proyecto de comunidad humana amplio y compartido, que alude a un territorio pero supera y derriba la misma idea de territorio, patria, nación.
No será fácil, pero vale la pena intentarlo.

Traducción por Iniciativa Socialista


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